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viernes, julio 18, 2008

Lo que me quitaste...




Estaba segura que en ese recipiente se encontraba la solución de todos mis males. La fórmula mágica que convertiría algo que por naturaleza me vino “malo” en “bueno”.

Yo tenía unos 10 años de edad, aproximadamente, y mi mundo giraba entre tareas del colegio, muñequitos y mis amiguitos del curso, algunos de ellos me gustaban pero no lograba entender porque no era recíproco. Estaba segura que en esta “pócima” se encontraba la solución.

Pasaron unos tres años más, y llegó el gran día. “¡Por fin me van desrizar!” Grité de emoción, cuando observé a mi madre con una caja pequeña cuya etiqueta rezaba: BPT de niña

Cuando terminó todo el proceso químico, y se dio mi gran encuentro con el espejo -confieso- me embargó una gran emoción. Aún no terminaba de bajar de tal climax, cuando de repente y sin previo aviso empecé a sentirme, como pajarito que vuela y lo bajan de una ‘pedrá’.

Todo esto sucedió cuando mi madre me sentó frente a ella y empezó a decirme: “ya eres toda una señorita, con pelo bueno y todo. Ahora ya no puedes pensar como antes. Toma nota…”
En efecto, mi vida cambiaría. De eso estaba segura, sobre todo en el aspecto de los “chicos”. Sin embargo, los cambios no se quedaban ahí.

La frase “tú no puedes hacer… porque se te daña el pelo” era el pan nuestro de cada día. Pero, sin lugar a dudas, lo que más dolor me causó fue escuchar: “ya no te puedes bañar en el aguacero”. ¡Dios, no lo podía creer!

En mi infancia, anhelaba que el cielo se tornara gris para que cayera la lluvia. No había nada más divertido que ponerme unos “shorsitos” y posicionarme debajo de un caño para sentir la presión del agua sobre mí. O, lo que es mejor, encontrarme con los “amiguitos” en la calle, empapados como unos pollitos.

¡Que tiempos aquellos! ¡Cuanto he cambiado!. Ahora, todo es un stress. Si veo que está nublado me da pavor, y si empieza a lloviznar salgo corriendo al establecimiento más cercano para refugiarme. Si por casualidad olvido la sombrilla, no reparo en taparme con una funda negra –no importa si pierdo el glamour- o con un gorrito de baño, todo con tal de “no dañarme el pelo”.
Lo siento, desrizado, aunque me regalaste belleza, nunca olvidaré lo que me quitaste...: diversión y tranquilidad.